Síndrome de Estocolmo, Síndrome de Anastasia, Síndrome de Ulises, Síndrome de Diógenes...etc. Seguro que éstos son muchos de los síndromes conocidos por todos nosotros gracias a que hemos leído sobre ellos o a que han protagonizado algún caso sonado en los medios de comunicación. De eso no me cabe la menor duda, sin embargo, de entre esa extensa lista, hay uno que quizás es menos conocido que el resto, pero que sin embargo también afecta a un número considerable de personas.
Se trata del síndrome de Noé, primo hermano del síndrome de Diógenes, que recibe el nombre de este destacado personaje bíblico gracias a la tendencia obsesiva a convivir con un número elevado de animales dentro de una misma casa. En efecto, las personas afectadas por el síndrome de Noé, se caracterizan por llenar sus hogares con un número extenso de animales – normalmente gatos, aunque puede tratarse de cualquier animal o incluso de diferentes especies– que se mueven como “Pedro por su casa” por todas las estancias del domicilio, dándose por tanto las consabidas situaciones de insalubridad tanto para las mascotas como para la persona en cuestión.
Al igual que en el síndrome de Diógenes, en el que se almacenan millares de objetos sin un sentido concreto, en el síndrome de Noé se acumulan animales, sin que ellos cuenten con un entorno adecuado que garantice unas condiciones óptimas de salud. Es frecuente observar casos de parasitosis, deshidrataciones, desnutriciones, cría descontrolada y en algunas ocasiones hasta canibalismo entre las mascotas, ya que debido al número elevado de animales que pueden acumularse no se puede atender a esa ingente demanda. El número que pueden llegar a alcanzar estos animales en una misma casa puede ser de 100 o 200, en algunas ocasiones superando el medio millar. Cifra que nos permiten imaginar la situación problemática que el síndrome de Noé lleva implícita.
¿Amor o maltrato animal? Desde luego es difícil ser taxativos en la respuesta a esta pregunta, porque no se puede negar que se trata de un maltrato en toda regla, ya que estos animales viven en condiciones insalubres que favorecen la adquisición de infecciones y de enfermedades, pero por otro lado las personas con el síndrome de Noé, no son conscientes de que están haciendo un daño a sus mascotas, es más, creen todo lo contrario y no son capaces de ver con perspectiva el problema, negando rotundamente que los animales estén mal o padezcan enfermedades. Estas mascotas se convierten en una parte esencial de sus vidas, y desprenderse de ellos se convierte en una de las arduas tareas a la hora de solucionar el problema. Los especialistas establecen dos posibles orígenes del síndrome de Noé, el cual no hace distinciones ni en edades ni condiciones socioeconómicas, en el: trastorno obsesivo compulsivo y el los estado psicóticos.
En el primer caso se trata de personas muy exigentes y perfeccionistas consigo mismas que responden con estados de ansiedad si no consiguen los objetivos que se habían marcado. Estos ataques pueden explicar comportamientos extraños como la acumulación de animales. En el segundo supuesto, esto es, en los estados psicóticos, se habla de un posible déficit de cariño y afecto que pretenden ser suplidos por la compañía animal.
En cualquiera de los casos el síndrome de Noé se trata de un problema que requiere de una intervención multidisciplinar que redunde en un beneficio para estas personas, marcadas por la soledad social, así como para sus animales de compañía.